Política y Humanismo (VI). El factor humano. Hacia un nuevo humanismo


6.-El factor humano. Hacia un nuevo humanismo.
Cuenta Ikeda, que al tomar la decisión de visitar Rusia, allá por 1974, fue duramente criticado por muchos japoneses. Por qué razón debe un educador budista viajar a un Estado cuya ideología precisamente rechaza la religión? Su respuesta fue: porque allí hay seres humanos. Y cita asimismo, una frase del escritor ruso Alejandro Solyenistsyn: La estructura del Estado es secundaria si se la compara con el espíritu de las relaciones humanas. Si existe integridad en los hombres, cualquier sistema honesto es aceptable; pero si existen rencores y egoísmos, hasta la democracia más avasalladora sería intolerable. Cuando el pueblo carece de justicia y de honestidad, esta falta se pone de manifiesto y aflora en cualquier sistema.24
Por qué el hombre enarbola un discurso ético meramente retórico, se ufana del avance tecnológico de que dispone mientras observa con indiferencia la creciente pauperización del mundo y agobia su existencia entregándose mansamente a la a ofensiva de la mass media y sentirse extasiado hasta con los relatos bélicos en vivo y en directo?
Uno podría encontrar múltiples respuestas. Podría asignársele la mayor cuota parte al “sistema”, a los “intereses económicos”, a las “grandes corporaciones”. La respuesta no sería errada, pero sí harto insuficiente, aún cuando el hombre está en gran parte condicionado por factores externos que influyen en muchos aspectos su conducta, aunque no la determinen fatalmente.
Llamado a dominar la naturaleza para su supervivencia, claudicó tan pronto como identificó felicidad con posesión. Una visión rapaz del medio en el que se desenvuelve lo ha llevado a servirse del mismo hasta agredirlo impiadosamente, sin tomar conciencia que en algún momento sufrirá la consecuencia de tal atropello. De igual manera, no ha vacilado en ser lobo de sí mismo para alcanzar toda meta propuesta. Un desenfrenado espíritu competitivo, exharcebado por un pensamiento que lo induce a creer que ello es así por naturaleza lo ha arrojado a actuar “libre de pecado”. Este pensamiento hobbesiano y darwinista lo fue alejando aceleradamente de su bagaje espiritual, aquel que le da sentido y razón a su propia existencia.
Esto es así ahora? O lo ha sido desde los albores de la civilización? En realidad, cualquier momento de la historia en la que nos detengamos podremos rescatar una visión dantesca cercana al Infierno del Dante. Pero hubo sombras, y también luces. Y primó en última instancia el afán por el conocimiento y un sentido de la vida imbuido de un espíritu religioso que le permitió reconocer su centralidad en la vida social y su identidad como persona.
Lo que se percibe precisamente en la actualidad es la pérdida del sentido de su espiritualidad, y aún más, la subversión del orden natural de las cosas desconociendo la perpetua relación con el mundo exterior que lo conforma.
Es una certeza, y no pretendo indagar más allá, que en un largo proceso medido en siglos, el hombre ha extraviado su propio horizonte histórico, que es colectivo por encima de ideologías y nacionalidades.
La avidez y el amor por las cosas, y el uso desenfrenado de la tecnología con total desprecio por su futuro como especie que ha transformado a la naturaleza en su peor enemigo lo han cegado, y marcha a tientas hacia su propia destrucción.
Aquella vieja idea griega de sentirse libre en tanto se asumían responsabilidades que atañen a la totalidad, pues ocuparse de aquello que parecía externo, público, significaba un deber para consigo mismo fue esfumándose por razones o causas diversas hasta desdoblar al hombre: uno hacia su interior y otro hacia afuera. El interior, lo privado, lo ligado a su conciencia regido a lo sumo por una ética de fronteras, es decir, sujetarse a lo mínimo establecido: no hacer daño a otro, y cuando no, liberado de todo imperativo ético y entregado al desenfado y la transgresión permanente en la conquista del becerro de oro. Lo externo, lo público, como algo depositado en los centuriones de la política, y en última instancia en el mercado, pero esencialmente ajeno a su propio ser.
Este modo de comportarse, de ver lo externo como neutro a su propio ser, y lo interno como una esfera intocable desde el cual define su acciones le ha hecho creer que es autónomo, libre, capaz de definir su destino alegremente, y que por tanto su individualidad se robustece mientras pueda mantener distancia de aquello que no considera común a su existencia, no solo porque es externo a él, sino porque además lo visualiza como una amenaza a la esfera de autonomía que cree haber alcanzado al liberarse en su imaginario de las ataduras de los cánones sociales de los que reniega el postmodernismo.
La sociedad posmoderna se configura precisamente en este molde que diferencia claramente lo individual de lo colectivo, lo privado de lo público, la ética de la política.
Castoriadis, que va más allá de las respuestas clásicas que atribuyen la crisis de la sociedad contemporánea a la familia, el trabajo, el hábitat, afirma que no existe en realidad, ninguna totalidad de significaciones imaginarias que permitan la creación de un sí mismo individual-social. Es decir representaciones acerca de su futuro, de lo que es bueno hacer y lo que no lo es, de lo que en esencia son, de los afectos y tradiciones que la impulsan en un sentido determinado25.
Cómo quitarle razón a tales dichos. En el último siglo, preponderantemente, el hombre depositó en la política todas las significaciones imaginarias­; sociedad que se analice, de izquierda o de derecha, puro capitalismo de Estado o puro capitalismo liberal. Las dos grandes corrientes desde las cuales la política encarnó a las sociedades del siglo XX terminaron fracasando, y desbastaron ese imaginario social que actuaba como magma para impulsar a sus miembros en la búsqueda del sueño colectivo.
Los últimos cuarenta años, en los cuales la dimensión capitalista alcanzó rasgos deshumanizante ha sido posible presenciar el derrumbe del hombre, el desprecio de la política, la claudicación en los sueños, la renuncia a la utopía y una mansa entrega, un conformismo indolente acuñado por un pensamiento postmoderno – si se prefiere capitalismo tardío, modernidad líquida- que responde claramente al nuevo orden imperial.
Es posible reconciliar el hombre interior con el hombre exterior? recuperar la cultura del esfuerzo?, la idea del progreso?, la formulación de nuevos ideales?; el amor por la naturaleza y por los seres vivos?, el renacer de las utopías?, nuevos objetivos políticos?
Sin duda que es posible, porque no estamos condenados al éxito como hombres, pero tampoco al fracaso.
Cómo construir entonces una comunidad política si la causa fin de su existencia, que es el hombre se encuentra deteriorado en su propia humanidad, ha perdido su propia esencia?
Recuperar esa esencia es volver a modelar sobre el espíritu humano valores universales que hagan de él un ser responsable, generoso y respetuoso de su entorno.
La educación se erige así como el baluarte fundamental en una tarea que se revela como ardua y larga. Pero no una educación enciclopedista ni elitista, sino una educación que sitúe a la persona en el medio en que vive; en el marco de su propia comunidad, recuperando aquella centralidad en la sociedad que lo hace artífice de su propio destino; fundamento, fin y sujeto de todas las instituciones en las que se expresa y se actúa la vida social. (Confr. Mater et Magistra, n. 219)
Porque de eso se trata, de reencontrar al hombre con sí mismo, y por lo tanto, para conocerse y reconocer al otro esa tarea no puede sino llevarse a cabo en el seno de su propia comunidad que lo sitúe frente al prójimo. Para que tome conciencia que forma parte de una gran familia y que los problemas que atañen a ella, son sus problemas, y los desafíos que presenta el medio ambiente, la naturaleza que es su entorno son problemas universales que requieren de respuestas concretas desde cada lugar en que aquel se desempeña26.
En este insondable sendero de la vida humana, el nivel de degradación del hombre y de su medio ambiente nos está indicando un camino que va más allá de los sistemas, las formas o las estructuras estatales. No existe posibilidad de construir una comunidad política sin unidad espiritual y, si como todo parece indicar, vamos en camino del universalismo, la realidad misma nos demuestra que el camino que se transita está plagado de inconsistencias.
En lo formal, es posible que el hombre alcance mediante acuerdos institucionales supraestatales la integración universal. Lo que parece de dudosa viabilidad es su sostenibilidad en tanto los argumentos basales se limiten a herramientas de neta evaluación sobre la conveniencia o inconveniencia de la misma, medida en términos económicos o en razón de las “políticas de Estado”.
El hombre, los gobiernos, los teóricos y doctrinarios de turno, que como el avestruz, esconden la cabeza mientras el mundo se desmorona, demandan a través de cuánta tribuna les resulta accesible -en honor a la verdad, casi todas- una mayor calidad de las instituciones para la gobernabilidad y declaman su voluntad de asistir financieramente a las economías en crisis. Y, en realidad, no es que esté mal hacerlo, porque también ello es una cuestión a resolver.
Lo que exaspera, violenta, y provoca desconcierto es como se apela a la mentira para aparentar sensibilidad y compasión por el drama del otro, mientras se “promueve” la integración, la ayuda humanitaria, la lucha contra el tráfico de armas, la droga, y la corrupción.27 Curiosamente, quienes demandan institucionalidad y un ajuste en las cuentas públicas son quienes han provocado ese déficit en los países periféricos, favorecidos por una dirigencia envilecida y una sociedad anómica.
En tanto el hombre actúe y se relacione con absoluto desprecio por la verdad no puede seriamente sostenerse que es la política la causante de nuestros males. El hombre, que por naturaleza es libre, se aleja de esa libertad cuando opta por actuar incorrectamente.
De modo que insistir en que la política se ha diluido como instrumento de conducción de la sociedad no es más que identificar un síntoma de una enfermedad. La cuestión es como lograr que la política ocupe nuevamente esa centralidad perdida. Cómo logramos una “mejor” política? Porque ella esta “ahí”! Se torna asible en tanto el hombre la practica, la ejerce y la comprende y se encuentra interiormente predispuesto a servir al otro en su ejercicio.

La política es una actividad práctica y receptiva; como tal está destinada a servir al hombre y se configura y toma forma en el marco de una sociedad procesando las necesidades de sus miembros y los sueños colectivos.
Es un proceso abierto, dinámico, de cambio continuo, no para garantizar la inmutabilidad de una situación dada, sino de verificación y constatación permanente de la realidad buscando transformarla en aquello que resulta disvalioso para el hombre.
La política es un módulo de avistaje de la realidad circundante. Para ejercerla hay que saber ver, indagar y comprender esa realidad. No es por lo tanto “de libro”. Si así fuera, bastaría una Universidad de la Política. Y ahí podemos aprender teoría, estudiar la historia de las instituciones políticas, prepararnos para abordar el oficio de la política. Pero no se podría asegurar la comprensión de la política, que es lo mismo que comprender la realidad. El saber intelectual aunque necesario no basta; se necesita sentido común y una predisposición interior de querer hacer el bien.
Esta sociedad desde la cual debemos abordar esa profunda revolución en el hombre es el objetivo mismo de la acción política. En la sociedad homogénea, sepultada ahora por el culto de la transitoriedad y el des-compromiso, la idea de permanencia y compromiso sustentaba la vida en sociedad aún cuando el “orden” –monopolio del poder público- y la “libertad” -consustancial al individuo- vivían en permanente conflicto. Pero el conflicto, que es propio de la vida en sociedad, encontraba su cauce por la racionalidad de la política, en tanto el hombre vivía, en general, con más certezas que incertidumbres, precisamente porque sus vínculos, al ser permanentes, reforzaban su propia seguridad como individuos y no exponía su esfera privada al show mediático que anestesia y aleja de su conciencia la preocupación por lo público.
Curiosamente, el ser humano ha abonado la peregrina idea de que desnudando su privacidad sometiéndola a la consideración pública es sinónimo de libertad, sin percatarse que ello denota, en realidad, falta de respeto a sí mismo, indignidad. Recuperar entonces la propia dignidad es recuperar la centralidad del hombre en el devenir universal.
Recuperar la centralidad del hombre exige también, adoptar una estrategia global que genere una nueva cultura del uso y del consumo de los recursos para mejorar el entorno urbano en el cual interactuamos.28
El hombre debe reencontrarse a sí mismo. La construcción de una sociedad justa, universalmente válida, exige la participación y compromiso de todos sus miembros; es una tarea conjunta no solo porque la complejidad del mundo actual lo exige sino fundamentalmente porque el hombre es sujeto y protagonista de la historia y porque al importarnos el otro, el prójimo, comenzamos a concebir la acción política con una visión humanista.”La persona humana es el fundamento y el fin de la convivencia política” (Const. Past. Gaudium et Spes, 25: AAS 58, 1045-1046).
No hay pues, catálogos por más bien pensados que se encuentran, aptos para orientarnos en el difícil camino de alcanzar el Bien Común, si no volvemos la mirada sobre nosotros mismos y recuperamos asimismo el sentido común como argumento central de nuestras acciones. No es, claro está, un exclusivo trabajo de reflexión individual. Requiere, como ya se expresó, un proceso educativo que nos permita recuperar valores que nos identifiquen para terminar con la visión hobessiana que se tiene de la política, y que de hecho se practica por quienes hacen de ella un vehículo de “salvación personal”.
La tecnología, el desarrollo de instrumentos para la explotación intensiva y el consumo irresponsable de la naturaleza, la búsqueda del becerro de oro a costa de la propia identidad, el paradigma del parecer como postulado de inserción social nos ha transformado, reiterando la idea, en “bestias con talento”. Pero también es cierto que “la tecnología que contamina, también puede descontaminar; la producción que acumula, también puede distribuir equitativamente, a condición de que prevalezca la ética del respeto a la vida, a la dignidad del hombre y a los derechos de las generaciones humanas presentes y futuras”29
Nada de lo que nos ocurre o sucede es producto de la casualidad, aunque lo definamos como fenómenos imprevisibles, accidentes o hasta mala suerte. Somos responsables de lo que ocurre y de lo que ocurrirá. Conviene tener en cuenta, como lo supo expresar SS. Juan Pablo II, la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es precisamente el cosmos. En otras palabras, pero en el mismo sentido, se expresa la filosofía budista: “Si queréis comprender las causas que existieron en el pasado, mirad los resultados que se manifiestan en el presente. Y si queréis conocer los resultados que se manifestarán en el futuro, mirad las causas que existen en el presente”.
La construcción de un nuevo humanismo exige, reitero, recuperar la espiritualidad perdida.
Comprender la dimensión de la vida es darnos crédito para el futuro. De nosotros depende.

24Daisaku Ikeda, El nuevo humanismo, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1999, 2da reimp. 2001, pág. 65
25 Cornelius Castoriadis “La crisis actual del proceso identificatorio” en www.educ.ar
26 Esta hibernación de la política y la indolencia colectiva que contrasta con el hombre de la sociedad homogénea es posible compararla con el corte transversal que sufre el hombre griego entre el siglo de Pericles (siglo V a.c.) y la época de Demóstenes (siglo IV a.c.). En esta última se exalta el individualismo a diferencia del griego del siglo precedente, preocupado por la Polis. El arte, la filosofía, el teatro apunta en esta etapa a resaltar lo individual, lo estrictamente mundano; la comedia deja de alimentarse de la Polis y atiende lo doméstico. Toma impulso la escuela hedonista para la cual la sabiduría consistía en la correcta elección de los placeres y el alejamiento de aquello que resultaba común en tanto conspiraba contra tales placeres. Como podrá apreciarse, cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia.
27 Baste estos seis ejemplos como botón de muestra. En todos ellos, las razones económicas, la lucha por el control de yacimientos de petróleo y gas, el tráfico de armas o de drogas constituye la razón única aunque no admitida expresamente, amén de las diferencias étnicas que en algunos casos agravan la situación de las poblaciones involucradas. Datos reveladores de esta realidad marcan de modo dantesco el desenfreno del hombre: 900 mil millones de dólares es el presupuesto militar de todo el mundo y la mitad solo corresponde a los Estados Unidos; más de 90 millones de personas han muerto a causa de las guerras desde 1950 a la época. 1) En la región de Darfur el número de desplazados se calcula en más de 2,5 millones a los que se juntan los cerca de 234 mil refugiados que huyeron a Chad. La violencia interétnica han provocado igualmente que 170 mil chadianos hayan tenido que abandonar sus hogares a causa de los ataques a sus aldeas; 2) La Guerra de 2001 en Afganistán (denominada por el mando estadounidense como "Operación Libertad Duradera", luego de que se pretendiera llamarla "Operación Justicia Infinita", nombre que fue rechazado y modificado por insinuar motivaciones religiosas y mesiánicas se inició el 7 de octubre de 2001, ante la negativa del régimen talibán que gobernaba Afganistán de entregar Osama bin Laden que estaba en ese país, considerado el terrorista más buscado por el gobierno estadounidense de George W. Bush; 3) Más de 200.000 refugiados chechenios malviven en la actualidad en los campos de acogida de la vecina Ingushia, con temperaturas de más de 20º bajo cero en invierno y asfixiante calor en verano y bajo el terror generado por los soldados rusos y los rebeldes, indistintamente. Secuestros, saqueos, incendios, violaciones y la colocación indiscriminada de minas antipersonales transforman en un infierno la ya de por sí mísera existencia de estos exiliados. Las muertes exceden el cuarto de millón -desde que en 1994 Rusia desplegara todo su potencial bélico en esa zona. 4) La lucha en Timor Oriental, país pobre pero rico en petróleo y gas natural, por su libertad, contra Indonesia, la nación de fe musulmana más grande del mundo, se saldó con la vida de 200.000 personas (un tercio de su población total), y con más de 250 mil refugiados en Timor Occidental, y según un informe de la FAO 150 mil personas necesitan ayuda humanitaria. 5) Colombia, nación desmembrada en manos de tres ejércitos (el regular, el paramilitar y el insurgente) el negocio del narcotráfico y la delincuencia común hacen de este país uno de los lugares más peligrosos del mundo. El conflicto, que dura ya cuatro décadas, arroja un balance estremecedor: Sólo desde 1985, más de 60.000 muertos y 4.000 desaparecidos, además de los casi tres millones y medio de desplazados que han abandonado sus hogares para escapar de extorsiones, chantajes, secuestros y asesinatos. Sin olvidar el drama de los más de 11.000 niños soldado —una de las cifras más altas del mundo— que, según Human Rights Watch, combaten en uno u otro bando. 6) La invasión de Irak, bajo el pretexto de poseer ese país armas de exterminio masivo, y asegurar la libertad de sus habitantes ha provocado miles de muertos y un caos interno sin precedentes.
28 No obstante la sostenibilidad que se postula no se reduce a la dimensión ambiental y a los graves problemas que involucra a la humanidad toda. El desarrollo sostenible debe ponderar las circunstancias de modo, tiempo y lugar. Por lo tanto, la contribución a los problemas ambientales globales debe tener, y de hecho tienen en la práctica, respuestas locales a la configuración local de los mismos.
29 Juan Pablo II, Discurso a los participantes en un Congreso Internacional sobre “Ambiente y salud”; 24 de marzo de 1997.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Argentina y la agenda del siglo XXI (2): Las enseñanzas de la historia

Claves en tiempo presente (Primera Parte) Eric Hobsbaum

Concilio Vaticano II y teología de la liberación