Concilio Vaticano II y teología de la liberación
El
recordatorio de los 50 años del Concilio Vaticano II también es momento de
reflexión en Latinoamérica, donde más fieles tiene la Iglesia católica, pero
donde también avanzan otras confesiones cristianas, creencias posmodernas y el
agnosticismo. Así como el concilio iniciado por Juan XXIII supuso en Europa el
inicio del diálogo del catolicismo con el “mundo moderno”, en América Latina
significó el comienzo del diálogo con el “mundo de los pobres”, según Pedro
Ribeiro de Oliveira, sociólogo y profesor en la maestría en Ciencias de la
Religión de la Universidad Católica de Minas Gerais (Brasil). “Pero en estos 50
años esa opción ha ido perdiendo fuerza. Los miembros de la Iglesia no se
sienten más comprometidos y la jerarquía tiene más preocupación por sumar
fieles que por el diálogo con los pobres”, advierte Ribeiro.
Al finalizar
el Concilio Vaticano II (1962-1965), los obispos latinoamericanos manifestaron
esa opción por los pobres en la Conferencia General del Episcopado regional en
Medellín en 1968. A partir de entonces cobraron mucha fuerza la teología de la
liberación, las comunidades eclesiales de base (CEB), formadas por laicos, la
lectura popular de la Biblia, el compromiso cristiano contra las estructuras
sociales consideradas injustas, los religiosos defensores de los pobres y los
numerosos mártires de las dictaduras militares y de poderosos intereses
económicos, aunque ninguno de ellos ha sido hasta ahora canonizado por Roma.
Con el papado
de Juan Pablo II (1978-2005), con Joseph Ratzinger (actual Benedicto XVI) a
cargo de la Congregación de la Doctrina de la Fe (ex Tribunal de la Santa
Inquisición), comenzó un “franco proceso de involución eclesial, de invierno en
la Iglesia, de noche oscura”, opina el teólogo y profesor de la Universidad
Católica de Curitiba (Brasil) Agenor Brighenti.
Fueron los
tiempos en que Ratzinger tachó de marxista a parte de la teología de la
liberación, que dejó de enseñarse a los seminaristas, y en los que los obispos
vertieron sospechas y críticas hacia las CEB por su supuesta politización,
recuerda Pablo Richard, sacerdote y teólogo chileno que da clases en la
Universidad Nacional de Costa Rica. Pero la minoría católica que aún mantiene
viva esa fe referida a los pueblos crucificados y a la Iglesia construida desde
la base no se mortifica por su situación actual. “La liberación es un ideal, no
de los vencedores, sino de los vencidos, un movimiento de resistencia al
exilio”, comenta Brighenti.
Este
movimiento renovador de la Iglesia latinoamericana tampoco fue en su momento
algo mayoritario. “Hay que desmitificar la imagen que en muchos lugares se ha
tenido de la Iglesia latinoamericana de los años setenta y ochenta”, advierte
el jesuita español Víctor Codina, profesor emérito de la Universidad Católica
Boliviana de Cochabamba. “Ni las comunidades de base florecieron en todas las
diócesis, ni todos los obispos fueron como Hélder Cámara, [Óscar] Romero,
[Enrique] Angelelli o [Pere] Casaldáliga, ni la teología de la liberación se
enseñaba en todos los seminarios y facultades de Teología. Este movimiento
liberador fue significativo, pero minoritario”, expone Codina.
Pese a todo,
el teólogo jesuita considera que la Iglesia latinoamericana avanza “entre luces
y sombras”. Por ejemplo, en la reunión regional de obispos de Aparecida
(Brasil) en 2007, los prelados abogaron por la opción por los pobres, la
renovación litúrgica, bíblica y pastoral, pero Codina también detecta “intentos
de volver a una Iglesia anterior al Vaticano II, cierto debilitamiento de la
vida cristiana falta de clero, pérdida del sentido de trascendencia y abandono
de la Iglesia para adherirse a otras confesiones religiosas”. El sacerdote
español argumenta que estos movimientos contradictorios no son ajenos a los
cambios sociales, políticos y económicos que están viviendo Latinoamérica y el
mundo en general.
Ribeiro,
Brighenti y Codina destacan que la corriente “liberadora” de la Iglesia
latinoamericana sigue vigente y como prueba de ello citan el reciente congreso
continental de teología, en Brasil, con la presencia de muchas mujeres, jóvenes
y 30 obispos. “La Iglesia liberadora de América Latina está viva, pero es brasa
bajo cenizas”, opina Brighenti.
“Nuestra
opción no es solo por la supervivencia de la Iglesia, sino por la de los pobres
que necesitan de la Iglesia para sobrevivir”, propuso Richard. “No nos interesa
una Iglesia que necesita del poder y del dinero para sobrevivir”, concluyó el
sacerdote, que se exilió de Chile tras el golpe militar de Augusto Pinochet en
1973.
ALEJANDRO
REBOSSIO Buenos Aires 8 NOV 2012 -
Comentarios
Publicar un comentario