Cuatro ensayos sobre la libertad - Isaiah Berlin
CUATRO ENSAYOS SOBRE LA
LIBERTAD
ISAIAH BERLIN
I) INTRODUCCION
Permítaseme
comenzar con la cuestión del determinismo, sea causal o teleológico. Los
argumentos a favor del determinismo no son concluyentes, y si alguna vez
se convirtiera en una creencia aceptada por muchos, y entrara a formar parte de
la estructura del pensamiento y la conducta de la gente, habría que cambiar
drásticamente el significado y el uso de ciertos conceptos y palabras que son
fundamentales en el pensamiento humano.
Me
parece inconsecuente decir, por una parte, que cualquier acontecimiento está
completamente determinado por otros, y por otra, que los hombres son libres
para elegir, al menos, entre dos posibles maneras de actuar (y no solo en el
sentido de poder hacer lo que eligen hacer y porque eligen hacerlo, sino
también en el sentido de no estar determinados por causas que no están bajo su
control). Si se acepta que todo acto de voluntad o de elección está
completamente determinado por sus antecedentes respectivos, a mí me parece que
tal creencia es incompatible con la idea de poder elegir que sostienen los
hombres comunes, y también los filósofos cuando no están defendiendo
conscientemente una posición determinista. Más específicamente, yo no creo que
sea viable que la creencia en el determinismo disminuya el hábito de alabar y
culpar moralmente a los hombres por sus acciones, de felicitarlos y
condenarlos, implicando con esto que son moralmente responsables de ellas, ya
que no podían haber obrado de manera diferente; es decir, ya que no tenían
necesidad de haber obrado como lo hicieron (hablando en el sentido ordinario).
Sea como sea, si no se presuponen la libertad de elección y la responsabilidad,
en el sentido que Kant usó estos términos, se aniquila, por lo menos, una de
las maneras en que normalmente se usan ahora. El determinismo claramente priva
a la vida de toda una escala de expresiones morales. Muy pocos de sus
defensores se han hecho la pregunta de qué es lo que contiene esta escala y de
cuál sería el efecto que su eliminación produciría en nuestro pensamiento y en
nuestro lenguaje.
Determinismo
y responsabilidad se excluyen mutuamente. Las dos creencias no pueden ser
verdad al mismo tiempo.
Los
hombres siempre han defendido en su discurso ordinario la libertad de elegir, y
si se convencen que esta creencia era errónea, la transformación en las ideas
que esto exigiría sería inquietante.
Yo no
confundo determinismo con fatalismo. Supongo que lo que se quiere decir o
implicar con la idea de fatalismo es la opinión de que las decisiones
humanas son meros subproductos, epifenómenos, incapaces de influir en los
acontecimientos que siguen su curso inescrutable con independencia de los
deseos humanos. La mayoría de los deterministas, en cambio, se adhieren al auto-determinismo,
la doctrina según la cual los caracteres, las “estructuras de la
personalidad”, las emociones, las actitudes, las elecciones y las decisiones de
los hombres, así como los actos que provienen de ellos, tienen un decisivo
papel en lo que sucede, pero son el resultado de causas psíquicas, físicas,
sociales e individuales, las cuales a su vez, son efecto de otras causas, y así
sucesivamente en secuencia interminable.
Según
la versión más conocida de esta doctrina, yo soy libre si puedo hacer lo que
quiera, y, quizás, elegir entre dos maneras de obrar –que se representan- cuál
es la que voy a adoptar. Pero mi elección está determinada causalmente, pues si
no lo estuviera sería un acontecimiento fortuito, y estas dos alternativas
agotan todas las posibilidades, de manera que decir que la elección es libre en
algún otro sentido que no sea ni causal ni fortuito es intentar decir algo que
no tiene ningún sentido. Esta opinión clásica, que para la mayoría de los
filósofos parece resolver el problema del libre albedrío, a mí me parece que es
simplemente una variante de la tesis general determinista y significa eliminar
la responsabilidad no menos que la elimina su variante más estricta. Tal auto-determinismo
o determinismo débil fue definido por Kant como subterfugio
miserable.
Si
todas las cosas, acontecimientos y personas están determinados, el premio y el
castigo se convierten en instrumentos puramente pedagógicos y amenazadores.
Explican las cualidades de los hombres, lo que son y lo que pueden ser y hacer,
y pueden cambiar estas cualidades y –desde luego- pueden ser utilizados como
medios conscientes para conseguirlas. Esto es lo fundamental de un “determinismo
suave”, de la llamada doctrina Hobbes-Hume- Schlick. Sin embargo, si
las ideas de merecimiento, mérito, responsabilidad, etc., se basaran en la idea
de libre elección, que no es completamente causada, dichas ideas, según esta
doctrina, resultarían ser irracionales e incoherentes y serían abandonadas por
los hombres racionales. Si se acepta genuinamente la tesis determinista, ésta
debe cambiar radicalmente, por lo menos a los hombres que quieren ser
racionales y consecuentes.
El
hecho de que no sean coherentes todas las creencias humanas no es ninguna
novedad. Los hombres encuentran que es perfectamente posible suscribirse al
determinismo en sus estudios y olvidarlo en sus vidas. El fatalismo no ha
alimentado pasividad en los musulmanes, ni ha consumido el vigor de los
calvinistas. (…)
Si
literalmente, yo no puedo hacer a mi conducta o carácter, diferentes de lo que
son mediante un acto de elección que no esté totalmente determinado por
antecedentes causales, yo no veo en que sentido normal una persona racional
puede considerarme moralmente responsable de este carácter o de esta conducta.
La
cuestión, cuyas soluciones rivales son el determinismo y el indeterminismo es
una sola. Qué clase de cuestión sea –empírica, conceptual, metafísica,
pragmática o lingüística – y que esquema o modelo de hombre o naturaleza va
implícito en los términos que se usen en ella, son grandes temas filosóficos.
(…)
No es
fácil determinar qué es lo que significa la justicia, como concepto moral, para
un determinista convencido.
Hay
algunos términos que, si tomásemos en serio el determinismo, ya no deberíamos
usar más. Ideas tales como la de justicia, merecimiento y honradez tendrían que
ser reexaminadas. Si es válido el determinismo, este es el precio que tenemos
que pagar.
En
otras palabras, lo que pretendo no es más que hacer explícito lo que ponen en
duda la mayoría de los hombres: que no es racional creer que las decisiones son
causadas y, al mismo tiempo, considerar que los hombres son merecedores de
reproches o indignación (o sus contrarios) por decidir obrar, o dejar de obrar,
como deciden (…)
Se me
acusa de suponer que la historia trata de los motivos e intenciones humanos,
los cuales se quiere sustituir por la acción de las “fuerzas sociales”.
Respecto a esta acusación me declaro culpable. Todo aquel que se interese por
los seres humanos está comprometido a considerar sus motivos, propósitos y
decisiones: las experiencias específicamente humanas que les pertenecen de
manera única y no solo lo que les sucede como cuerpos animados y que sienten.
Ignorar el papel que tienen los factores no humanos, o el efecto que producen
las consecuencias no queridas de los actos humanos, ignorar el hecho de que con
frecuencia los hombres no entienden correctamente su propia conducta individual
o las fuentes en que esta se origina, sería infantil. Pero ignorar los motivos,
el contexto en que estos surgieron, y el conjunto de posibilidades que se
ofrecieron a los que actuaron (la mayoría de las cuales nunca fueron
conocidas), e ignorar toda la gama de imágenes e ideas humanas (cómo les aparece
a los hombres el mundo y ellos mismos, cuyas concepciones y valores –ilusiones
y todo lo demás- sólo podemos comprender en función de los nuestros) sería
dejar de escribir historia. Se puede argüir sobre cuál fue la diferencia que
produjo, en el curso de los acontecimientos, la influencia de un determinado
individuo. Pero intentar reducir la conducta de los individuos a la actividad
de las “fuerzas sociales” impersonales, que ya no pueden analizarse en la
conducta de los hombres, es una “cosificación”.
Asustar
a los seres humanos sugiriéndoles que están en los brazos de fuerzas
impersonales, sobre las que tienen poco o ningún control, liberando a los
individuos del peso de la responsabilidad personal, alimenta una pasividad
irracional en unos, y una fanática actividad, no menos irracional, en otros.
Si
hablar de los hombres en términos de probabilidades, ignorando lo que es humano
en ellos (sus juicios de valor, sus decisiones, sus diferentes concepciones de
la vida) es una exagerada aplicación del método científico y un conductismo
gratuito, no es menos erróneo apelar a fuerzas imaginarias.
Tengo
que repetir que lo único que a mí me interesa es afirmar que, a menos que se
sostenga que las leyes y estructuras dejen alguna libertad de elección, y no
solamente libertad de acción determinada por decisiones que a su vez están totalmente
determinadas por causas antecedentes, tendremos que reconstruir
consecuentemente nuestra concepción de la realidad.
En un
sistema determinado causalmente desaparecen las ideas de libertad y la
responsabilidad moral –en el sentido corriente que tienen estas palabras-, o
por lo menos no tienen ninguna aplicación y habría que volver a considerar la
idea de acción.
II) LIBERTAD
POSITIVA FRENTE A LIBERTAD NEGATIVA
El
indeterminismo no lleva consigo que los seres humanos no puedan ser tratados de
hecho como animales o cosas; tampoco es la libertad de decisión intrínseca a la
idea de ser humano; es algo que se ha desarrollado en la historia.
En la
versión original de Dos conceptos de la libertad yo digo que la libertad
es la ausencia de obstáculos para el logro de los deseos de un hombre. Este es
un sentido corriente, quizá el más corriente, en el que se usa este término,
pero no representa mi postura. Pues si ser libre – en sentido negativo-
consiste simplemente en que otras personas no le impidan a uno hacer lo que
quiera, una de las maneras de seguir esa libertad es extinguir los propios
deseos.
Si los
grados de libertad estuviesen en función de la satisfacción de los deseos, yo
podría aumentar la libertad de una manera efectiva tanto eliminando éstos como satisfaciéndolos;
podría hacer libres a los hombres (incluyéndome a mí mismo) condicionándoles
para que perdiesen los deseos originarios que yo he decidido no satisfacer. En
lugar de oponerme a las presiones que me reprimen o en lugar de quitarlas, yo
puedo “interiorizarlas”. Esto es lo que consigue Epícteto cuando pretende que
él, que es un esclavo, es más libre que su amo. Ignorando los obstáculos,
olvidándolos, “poniéndome por encima” y haciéndome inconsciente de ellos, puedo
conseguir la paz y la serenidad, un noble distanciamiento de los miedos y odios
que acosan a otros hombres, y la libertad en un cierto sentido, desde luego,
pero no en el sentido del que quiero hablar.
Hay que
distinguir el sentido estoico de la libertad, por muy sublime que sea, de la
libertad (tanto en el sentido de estar libre de algo como en el de serlo) que
reducen o destruyen los opresores a las actividades opresivas
institucionalizadas. Por una vez, me alegro de reconocer lo profunda que fue la
idea de Rousseau cuando dijo que es mejor saber lo que son las propias cadenas
que cubrirlas con flores. (…)
El
sentido en que uso el término libertad no implica simplemente la ausencia de
frustración (que puede conseguirse eliminando los deseos), sino también la
ausencia de obstáculos que impidan posibles decisiones y actividades, la
ausencia de obstrucciones en los caminos en los que un hombre puede decidir
andar. Esta libertad no depende, en última instancia de si yo deseo siquiera
andar, o de hasta dónde quiero ir, sino de cuantas puertas tengo abiertas, de
lo abiertas que están, y de la importancia relativa que tienen en mi vida,
aunque puede que sea literalmente imposible medir esto.
Puede
que ponga las cosas más en claro el que yo haga mención de lo que a mí me
parece que es también otra concepción errónea: la identificación de la libertad
con la actividad como tal. Cuando, por ejemplo. Erich Fromm dice que la
verdadera libertad es la actividad racional y espontánea de la personalidad
total e integrada, yo estoy en desacuerdo. La libertad de la que yo hablo es
tener oportunidad de acción, más que la acción misma. Si, aunque yo disfrute
del derecho de pasar por puertas que estén abiertas, prefiero no hacerlo y
quedarme sentado y vegetar, por eso no soy menos libre. La libertad es la oportunidad
de actuar, no el actuar mismo; la posibilidad de acción y no necesariamente esa
realización dinámica de ella con la que la identifica Fromm. Si el no hacer
caso, de una manera apática, de varias posibilidades que llevan a una vida más
vigorosa y abundante, no se considera incompatible con la idea de ser libre, no
tengo nada que discutir con las formulaciones que ha dado. Pero me temo, que el
doctor Fromm consideraría esta abdicación como síntoma de la falta de
integración que, según él, es indispensable para la libertad, y, quizás,
idéntica a ella. (…)
Volvamos
a los conceptos de libertad.
Permítaseme
decir una vez más que la libertad “positiva” y “negativa”, en el sentido que
uso estos términos, no tienen su origen a mucha distancia una de la otra. Las
cuestiones “quien manda”, y “en qué ámbito mando yo” no pueden considerarse
completamente distintas. Yo quiero determinarme a mí mismo y no ser dirigido
por otros; mi conducta lleva consigo un valor insustituible por el solo hecho
de ser mía, y no una conducta que me han impuesto. Pero yo no soy, ni puedo
esperar ser, totalmente autosuficiente o socialmente omnipotente. No puedo
quitar todos los obstáculos que hay en mi camino y que provienen de la conducta
de mis semejantes. (…) Si no quiero ser engañado reconoceré el hecho de que la
armonía total con los demás es incompatible con la propia identidad, y que si
no he de depender de los demás en todos los respectos, necesitaré un ámbito en
el que libremente no esté mediatizado por ellos, con el que, además, pueda
contar. Surge entonces la pregunta: “¿Qué amplitud tiene el ámbito en el que
mando o debo mandar?”. Lo que yo defiendo es que, históricamente, la idea
de libertad “positiva” – que responde a la pregunta “quien es el que manda”-
fue distinta de la idea de libertad “negativa” que responde a la pregunta “en
qué ámbito mando yo”, y que esta diferencia se acentuó en la medida en que la
idea del yo se escindió metafísicamente en un yo que era, por una
parte, el yo “superior” e “ideal” destinado a regir al yo –o naturaleza- que
era el yo “inferior”, “empírico” y “psicológico”; en la medida en que el
yo se escindió en el “mi mismo” dueño y señor de mi yo inferior cotidiano; el
gran “YO SOY” del que habla Coleridge, que está por encima de sus encarnaciones
menos trascendentes situadas en el espacio y en el tiempo. Puede que haya una
auténtica experiencia de tensión interior en la base de esta antigua y
penetrante imagen metafísica de los dos yos, cuya influencia ha sido enorme en
el lenguaje, en el pensamiento, y en la conducta; sea como sea, el yo
“superior” se identificó debidamente con instituciones, iglesias, razas
estados, clases, culturas, estados, razas y entidades más vagas como la
voluntad general, el bien común, las fuerzas ilustradas de la sociedad y el
destino manifiesto. Lo que sostengo es que, en el curso de este proceso, lo que
empezó por ser una teoría de la libertad, pasó a ser una teoría de la
autoridad.
Yo tuve
el cuidado de señalar que este mismo podía haber sido igualmente el destino de
la doctrina de la libertad negativa.
Pero en
su mayoría, los escritores que tenían inclinaciones metafísicas identificaron a
la libertad con la realización del verdadero yo, no tanto de los hombres
individuales, cuanto del que estaba encarnado en las instituciones, tradiciones
y formas de vida más amplias que la existencia empírica espacio-temporal del
individuo finito. A mi me parece que la mayoría de las veces estos pensadores
identifican la libertad con la actividad “positiva” de estas formas de vida, desarrollo,
instituciones, más que con la mera (“negativa”) eliminación de obstáculos en el
desarrollo de los individuos, considerando esta ausencia de obstáculos, en el
mejor de los casos, como medio para la libertad o como condición de ella y no
como la libertad misma.
Es
bueno recordar que la creencia en la libertad negativa no ha logrado frenar el
hecho de que los campeones de la libertad positiva, en sus más siniestras
formas, nos condujeran a violaciones brutales de la libertad negativa de los
derechos humanos básicos. La defensa de la no- interferencia (como el
darwinismo social) fue utilizada para apoyar tácticas política y socialmente
destructivas contra los débiles. Los sistemas políticos
han fracasado a la hora de proporcionar el mínimo de condiciones necesarias
para que los individuos o los grupos puedan ejercer un grado significativo de
libertad “negativa” sin las que esta tiene muy poco valor, o ninguno. Pues,
¿qué son los derechos sin la capacidad de ejercerlos?
La
libertad positiva concebida como respuesta a la pregunta “por quien he de ser
gobernado”, es un fin universal válido, pero la perversión de la idea de
libertad positiva, con su consiguiente transformación en lo que es su contrario
–la apoteosis de la autoridad- ha ocurrido y es uno de los fenómenos más
deprimentes de nuestra época.
Permítaseme
hacer un resumen de cuál es mi posición.
El
grado de libertad negativa de un hombre está en función de qué, y cuantas,
puertas tiene abiertas, con qué perspectivas se le abren y de cómo están
abiertas. Esta fórmula no debe llevarse demasiado lejos, pues todas las puertas
no tienen la misma importancia, de la misma manera que los caminos a los que
dan entrada son diferentes según las oportunidades que ofrecen.
Lo que
más me interesa aclarar es que la libertad negativa y la libertad positiva no
son la misma cosa, cualquiera que sea el terreno común que tengan. Ambas son
fines en sí mismos, y pueden chocar entre sí de manera irreconciliable.(…) La
idea de una vida ideal en la que nunca sea necesario perder o sacrificar nada
que tenga valor, y en la que todos los deseos tengan que poder ser satisfechos,
es una idea utópica e incoherente. La necesidad de elegir y de sacrificar unos
valores últimos a otros resulta ser una característica permanente de la condición
humana.
Hay un
nivel mínimo de oportunidades de elección por debajo del cual la actividad
humana deja de ser libre.
También
hay otra cosa que merece la pena repetir: es importante distinguir la libertad
de las condiciones de su ejercicio. Si un hombre es demasiado pobre, ignorante
o débil, para hacer uso de sus derechos, la libertad que estos le confieren no
significa nada para él, pero no por ello es aniquilada esa libertad.
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